El confinamiento permitió que los niños y jóvenes del pueblo indígena chileno yagán aprendieran de sus abuelos las técnicas ancestrales de artesanías y comenzaran a recuperar su lengua original.
Juan Miguel Hernández Bonilla, El País. El 21 de marzo de 2020 se registró el primer contagio de coronavirus en Puerto Williams, una pequeña ciudad chilena conocida por ser el centro urbano más al sur del mundo y en la que desde hace 7.000 años habita el pueblo indígena yagán. Dos días después, las autoridades cerraron las fronteras marítimas y aéreas, redujeron la actividad económica a lo esencial y ordenaron confinamientos estrictos. Las restricciones ayudaron a revitalizar algunas prácticas culturales ancestrales que desde hace tiempo estaban en peligro, como las artesanías y el idioma originario. La cuarentena también ayudó a fortalecer los lazos intergeneracionales para que los niños y jóvenes se volvieran a sentir identificados como indígenas. Así lo ha revelado una investigación publicada recientemente en Maritime Studies, una de las revistas científicas más importantes en el mundo en el ámbito de las ciencias sociales y las humanidades.
El estudio documentó las formas de vida de los 94 miembros de la comunidad yagán en Puerto Williams durante los meses más duros de la pandemia. Gustavo Blanco, profesor del Instituto de Historia y Ciencias Sociales de la Universidad Austral de Chile y autor principal del trabajo, cuenta que el confinamiento fortaleció la relación entre los líderes más mayores de la comunidad y las nuevas generaciones. Esa comunicación ayudó a “retomar prácticas de artesanía de fibra y de palma que estaban decayendo”, dice Blanco. “Cuando te toca quedarte meses encerrado en casa tienes la oportunidad de conocer partes de tu cultura que se están perdiendo y ver cómo las recuperas”.
María Luisa Muñoz, presidenta de una de las asociaciones del pueblo yagán en Puerto Williams, coincide con Blanco. Su propia experiencia es ejemplo del éxito de estos procesos de revitalización: “En la cuarentena volvimos a vivir un poco como nuestros ancestros, recuperamos la relación con los animales, con la naturaleza y con las raíces”, dice Muñoz. Y continúa: “Yo pude enseñar a mis nietos el arte de la cestería. Salíamos a recolectar los juncos y volvíamos a casas para tejer los canastos como lo hacían los antepasados”.
La recuperación de las técnicas de artesanía ancestrales se ha convertido en una forma de empleo que, además de proteger el legado cultural, garantiza ciertos recursos económicos para la supervivencia de las familias que durante el confinamiento perdieron sus trabajos, muchos relacionados con el turismo. De hecho, en marzo de 2021, un año después del primer caso de covid en Puerto Williams, la comunidad Yagan organizó talleres intensivos para que más niños perfeccionaran las técnicas de tejido en junco. “Durante un mes, pudieron aprender de las madres y abuelas más experimentadas todos los pasos de la artesanía, desde la búsqueda de la palma, la preparación en el fuego de la fibra vegetal, hasta el uso de los canastos para la recolección de mariscos y otros frutos de mar”, cuenta otra líder de la comunidad en un comunicado difundido en redes sociales.
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