Tamara Merino, The New York Time. El 31 de octubre hubo un golpe de suerte: los típicos vientos severos y la niebla polar habían cedido, por lo que el vuelo hacia la Antártida recibió el permiso para despegar.
Colin O’Brady, un atleta estadounidense de 33 años, y Louis Rudd, capitán del ejército británico de 49 años, habían estado esperando por casi una semana antes de esa fecha, en Punta Arenas, Chile, en el estrecho de Magallanes.
Cada uno, en edificios a cuadras de distancia, se había dedicado esos días a tareas similares: a pesar y empacar sus provisiones deshidrocongeladas, o liofilizadas, y a ordenar su equipo polar.
Estas provisiones incluyen sacos de dormir aptos para temperaturas de menos 40 grados Celsius, paneles solares portátiles, esquís de fondo, así como teléfonos y módems satelitales de mano y un rastreador GPS programado para guiarlos paso a paso por el continente más seco y, por mucho, el más frío de la Tierra.
Ambos hombres, que llegaron a esta misión con antecedentes muy distintos pero que forjaron un vínculo competitivo en Chile, estaban decididos a convertirse en la primera persona en atravesar la Antártida sin compañía ni apoyo.
Es una odisea de más de 1400 kilómetros sobre hielo atravesando ráfagas extremas y que posiblemente dure unos 65 días. Hace dos años, un hombre murió en el intento.
Camino no tan solitario
Durante gran parte de este año, Rudd se había preparado para una batalla solitaria contra la naturaleza. Ahora su lucha se ha convertido en una carrera.
Rudd anunció en abril que intentaría completar el trayecto. Y a mediados de octubre, a tan solo unas semanas de que él comenzara, O’Brady —quien también se había estado preparando durante meses— reveló en Instagram que planeaba hacer lo mismo.
Ambos esperan conquistar un continente que se ha convertido en el nuevo Everest para los atletas extremos. Los dos tienen enfoques muy distintos sobre cómo hacerlo…
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